Danza y ruralidad: Otros modos de hacer, sentir y pensar la danza

Danza y ruralidad: Otros modos de hacer, sentir y pensar la danza

Poco a poco han ido cambiando los referentes, los paisajes y los relatos para la práctica de la danza contemporánea. Acostumbrada a un desarrollo dentro del casco urbano, en una trama que sitúa el espacio físico y estructural (teatros, salas, auditorios, la calle) como espacios importantes para el ritual escénico, el cruce danza y ruralidad emerge para tensionar y dotar de nuevas perspectivas la historia de la danza. Pensar esta relación no es tan usual, sin embargo, está llena de experiencias que nos convocan no sólo a reflexionar sobre las miradas hegemónicas que definen la danza, sino que, también, nos invita a repensar la diversidad y potencia de nuestras corporalidades, activar nuestras memorias colectivas y “habitar el origen del movimiento desde un lugar muy distinto”, en palabras de Okarina Luz Danzante. 

            Nos interesa, por ello, relevar, a través de los itinerarios de dos agentes de la Red, qué significa hacer danza en espacios de ruralidad, qué elementos definen esta intersección y cuáles son los desafíos que marcan el desarrollo de la danza en contextos fuera de la ciudad. Estefanía Pereira, de Movimiento Insular Comunidad Artística (M.I.C.A), de Chiloé; y Okarina Luz Danzante, de la Colectiva Diosas Justicieras, de Arica, nos comparten sus particulares miradas, atravesadas por un posicionamiento territorial y político, y que sentimos es necesario resguardar en esta entrevista cruzada. 

¿Cuáles han sido sus experiencias en torno a la práctica de la danza en espacios de ruralidad?

Okarina: Al retornar de mis estudios, el año 2010, trabajé en el programa Chile Mi Barrio, en el poblado de Codpa. Fue una experiencia muy enriquecedora pues trabajamos con personas de 60 y 70 años. Esto rompió una estrategia con la que llegué al lugar, danzante joven y con el deseo de montar coreografías. Me ví con un cuerpo con otras tonalidades, ritmos y vivencias, lo que me abrió a habitar el origen del movimiento desde un lugar muy distinto al pensado hasta ese momento. 

Estefanía: El año 2012, me vine de Santiago, a vivir a Chiloé, al lado del mar. Con su sonido incesante día y noche, al lado del lago y su fauna acuática y junto a grandes montañas con bosques llenos de vida, aromas, fortaleza e historia. Me vine de una población de cemento, a enfrentarme a un contraste de todo lo urbano que traía conmigo y lo rural de lo que me rodeaba. Allí ya comenzaba a interpretarme mi pasado de danza, porque no es solo llegar y cambiar de escenario. Este contexto tiene una historia cultural muy potente, una raíz propia, enorme, llena de aristas artísticas, familiares, de experiencias. Por casualidad, llegué a dar una clase por amor e iniciativa propia a la Escuela Rural de Miraflores y, luego, trabajé realizando el Taller de Danza de la Escuela Rural de Cucao.  

videodanza es interpretado por niñas de 8 a 12 años que forman parte del Taller de Danza de la Escuela Rural de Cucao, Chiloé.

Me imagino que ese encuentro activó un giro en sus formas de comprender la danza.

Okarina: Yo viví un proceso que, desde una ruptura de la forma de trabajar, se abrió a una búsqueda respetuosa de las vivencias, las corporalidades, las memorias culturales del territorio, para adentrarme en nuevos modos validantes de las cualidades diversas, amplias y profundas de otras maneras de expresar corporalmente.

Estefanía: Era mi primera vez y quería mucho vivir esa experiencia porque sabía que este contexto era muy distinto a todo lo que, en Santiago, en mis pedagogías, había vivido. Lo hice porque tenía las ganas y una enorme curiosidad de cómo sería hacerle clases a niños que han vivido toda su infancia rodeados de naturaleza, en una vida de campo, en una escuela con pocos y pocas compañeras, en un ambiente escolar familiar más de hogar, con fuego, con un calorcito interno. Me di cuenta de que estaba viviendo una experiencia única. Estoy hablando del 2012, en donde la tecnología no estaba tan presente en sus vidas, pero había mucho deseo de jugar, de estar, de participar. 

Según esos itinerarios de vida, ¿qué elementos sienten que aparecen en esas experiencias y que, de alguna manera, interpelan la práctica de la danza en contextos urbanos?

Okarina: Estoy entendiendo esta pregunta como un encuentro entre contextos diferentes. Mi experiencia en trabajo rural ha despertado un respeto, validación y enfoque diferente en cuanto a abordar el trabajo creativo no colonizante. La invitación es a reconectar con memorias colectivas y ancestrales que, al ser puestas allí, en un centro u ojo común, propician una identificación diferente de los cuerpos que se inspiran a sí mismos, en sus memorias, cantos, poesías y paisajes para dar vida, desde otro lugar, a «algo» aparentemente olvidado, pero que está muy muy presente.

Estefanía: En las dos realidades, en la urbana y rural, se da mucho protagonismo a los conocimientos cognitivos, más que las experiencias emocionales, sensoriales, espirituales y sociales. Se les imparte pocas experiencias artísticas, sabemos que existe esa desventaja a nivel nacional. En el contexto rural, si no fuese por los talleres, no hay otras experiencias artísticas porque no hay centros culturales que ofrezcan a las comunidades rurales mayor acceso a las artes, no hay exposiciones, hay pocos grafitis. Son generaciones que recién están teniendo acercamiento a otras oportunidades artísticas. Pero, al vivir rodeados de naturaleza, afectados diariamente por la lluvia que cae en su cuerpo, que los moja, por el sonido del barro, por el viento que sopla por los árboles, generan otra percepción de su campo energético que se escapa, que está expandido, que no está limitado por una pared, por un edificio y que no está anulado por un cemento, por un semáforo que está volteado. Hay otras inspiraciones y otras sabidurías como la raíz mapuche huilliche que se está revitalizando poco a poco en estas nuevas generaciones. Hay otra sensibilidad hacia la danza.

Ambas, ya sea en territorios nortinos y sureños, coinciden en rescatar el gran impacto que la práctica de la danza en contexto rural trajo a sus vidas, especialmente, en etapas tempranas de su desarrollo profesional y creativo. Estefanía comparte, además, la necesidad de observar y accionar en torno a las desventaja y desigualdades laborales que se viven en espacios de ruralidad, donde existe bastante desinformación en temáticas legislativas y administrativas, y donde es clave crear más redes gremiales e iniciativas que lleven a la colectivización del sector de la danza. “Como madres y mujeres artistas estamos muy desprotegidas, muy vulnerables, y ese rol en la ruralidad es mayor aún y se desconoce esta situación. En este contexto, recalco la necesidad de reunirnos de agremiarnos, de auto convocarnos y fortalecernos”, enfatiza Estefanía, dejando en evidencia una zona de acción y reflexión que, desde la ruralidad, se articula a la misión y el proyecto político de la Red. 

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